Publicada el 30 Nov, 2023
Diego, Martha y Emeterio son hermanos. Sus antepasados fueron traficados como esclavos desde África hacia tierras colombianas. Balanta era la etnia a la que pertenecían, hoy, ese nombre pasó a ser solo un apellido. Un apellido que carga sobre sí la memoria de la violencia ejercida en los cuerpos anteriores, esos cuerpos forzados a crecer en otro continente.
Pero esos cuerpos y esa etnia vuelta apellido no solo cargaron sobre sí la violencia. También guardaron para sí, y para las generaciones posteriores, el recuerdo de su tierra natal hecha música. Percusiones, vientos y canto sobrevivieron a la esclavitud para ser hoy un instrumento de liberación, que corre por la sangre balanta. En la persistencia de esa tradición, rescatan del olvido su etnia y se la presentan a las nuevas generaciones, como un regalo que debe ser resguardado para poder así responder a la eterna pregunta del origen. Un pueblo sin raíces cae fácil al suelo.
La música se vuelve así una forma de resistencia. Resistencia contra la violencia del olvido, resistencia contra la violencia cotidiana, resistencia contra la violencia de la precariedad. Y es que si se va a jugar con candela, que sea la candela del ritmo, para que las balas de hoy no alcancen a los cuerpos del mañana.